Jóvenes solidarios se acercan a la realidad de la enfermedad mental

Tras la positiva experiencia del verano pasado, este mes de julio se ha vuelto a celebrar un campo de trabajo en el Hospital Aita Menni.
Gazte solidarioak gaixotasun mentalaren errealitatera hurbildu dira

Los jóvenes se acercan a una realidad muy desconocida, vienen llenos de preguntas, de miedos, de prejuicios…, y vuelven a sus casas con otra mirada. Se dan cuenta de que en nuestra realidad hay dolor pero también ven alegría, color y, sobre todo, esperanza. A la vuelta, se convierten en sus entornos en “desestigmatizadores” de la enfermedad mental. 

Durante unos días del pasado mes de julio, un grupo de jóvenes, acompañados por una monitora y por el párroco de la parroquia de San Alfonso Maria de Ligorio de Madrid, participaron en el campo de trabajo de las Hermanas Hospitalarias en Arrasate-Mondragón. 

Los chicos y chicas participantes, en su mayoría procedentes del madrileño barrio de Aluche, acompañaron a los pacientes de las diferentes unidades en sus desayunos, comidas y cenas. Además, organizaron diferentes talleres, entre ellos uno de pintar camisetas y otra de hacer un pastel, así como una salida a Deba con un grupo de pacientes. Terminaron su semana en Aita Menni con una visita al santuario de Arantzazu. Hubo tiempo para la celebración de la Eucaristía y para compartir con  las hermanas en comunidad. La experiencia, organizada desde el Servicio de Pastoral, ha sido valorada de nuevo muy positivamente. 

El campo de trabajo del Hospital Aita Menni es un encuentro entre personas que está destinado a jóvenes mayores de 18 años. Todo está organizado en clave cristiana, donde los espacios de oración y celebración tienen su peso, por lo que es importante que los jóvenes sean cristianos o estén en procesos de búsqueda. 

 

Maite Nieto, una de las chicas participantes, describió así sus días en el Hospital:

LA CANCION DEL VERANO 

 Le pregunté a su terapeuta por qué el chaval estaba tan nervioso a la orilla del pantano, y ella contesto que meterse al agua esa mañana era el propósito que se había propuesto ese día, y estaba nervioso porque cuando no conseguía realizar cualquiera que fuese la meta que se había fijado se frustraba. Sonreí y pensé, pues en eso no nos diferenciamos mucho él y yo.

Sin embargo cuando eso me ocurre a mí, siendo como soy una mujer de propósitos, no me rompo, sólo me resquebrajo un poquito y termino pegando. Él está roto.

Hace unos días que he vuelto de estar trabajando con personas, personas con enfermedad mental en el Hospital psiquiátrico de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, Aita Meni en Mondragón/Arrasate, junto con otros chavales de la parroquia.

Son varios los momentos vividos, tanto con las hermanas hospitalarias, el personal sanitario y terapeutas que trabajan allí, como con las personas a las que estos cuidan y con las que nosotros compartimos desayunos, comidas, talleres, cafés, paseos y quienes en definitiva nos acogieron en su casa. 

Yo me quedo con dos de esos instantes. La sonrisa de una noche y una luz a otra realidad.

El hospital cuenta con una unidad que se llama Menni 3, psicogeriatría. En ella se encuentran mujeres que ya por su deterioro físico y síquico permanecen encamadas, a quienes entre otras cosas hay que alimentar. No hablan ya. A una de esas doce mujeres hay que alimentarla con jeringuilla, su cabeza se ha olvidado de que tiene que abrir la boca para comer. Sin protestar, mirándome y yo hablando con ella, fui dándole de cenar una tarde-noche, paciente, esperando a que yo cargase la jeringuilla con cierta torpeza y se la introdujese por la comisura de la boca. Al terminar le limpie la cara y me quite los guantes, le acaricie la cabeza y le dije que había sido un placer cenar con ella, en su compañía y en ese momento unos ojos color miel apenas abiertos durante esa cena, se abrieron, se iluminaron y me sonrieron y lo único que supe decir y hacer en ese momento fue un gracias y dar un beso a una mujer que desde ese momento es parte de mi vida.

 La luz a otra realidad me la dieron otras dos mujeres de unos cincuenta años, una chavala de veintiún años y un hombre de mi edad. A través de ellos comprendí lo más duro de este hospital, porque no hay que olvidar que es un hospital psiquiátrico y, tampoco, que es su hogar. Es el sitio a donde volver, después de una salida, después de un viaje, de una excursión, de una visita a la familia. Es su casa y a los que nosotros llamamos pacientes, su familia. Es su lugar en este mundo, no el buscado, pero si el asumido y del que son plenamente conscientes y en el que día a día viven y conviven con quienes han salido a su camino. Yo pienso, “nunca saldrán de aquí”; ellos “esta es mi casa, mi familia, es el lugar a donde volver”.

Siempre uno cuando tiene estas experiencias tiene la sensación de recibir más de lo que se ha dado. Yo he recibido de una persona sin movilidad, gratitud, de unos enfermos mentales conciencia de mi vulnerabilidad, me han enseñado a reconocerme pobre y a presentarme como soy con mis virtudes y mis defectos, aprendiendo a dejarme llevar y a confiar y dejarme modelar por quién lo ha hecho en mí desde siempre.

El chaval me cuenta que fue bombero, no sé si es verdad, da igual, no importa, continúa caminando nervioso dando vueltas en la orilla entre nosotros, y dando largas a los que ya están dentro del agua y le animan a que él haga lo mismo. Me meto en el agua y cuando salgo, le veo y de su bañador y por sus piernas discurren gotas de agua. Lo consiguió.