El Hospital Aita Menni, escenario de un relato policiaco colectivo en euskera

Relato en castellano

Estás trabajando a tu ritmo habitual y, de pronto, te aparece un mensaje en la pantalla del ordenador: “Estoy en la máquina de café. Ven.”.

Voy a la máquina de café y encuentro allí a mi compañera Matilde, con cara rara y muy nerviosa. Sacamos un café, y poco a poco me empieza a contar lo que ha pasado.

Ayer recibió un mensaje de su amigo Mikel, que trabaja como director de banco. Mikel es también su asesor personal, por lo que no dudó en entrar en el enlace que aparecía en el mensaje, pero a partir de ese momento empezaron los quebraderos de cabeza.

Mientras me contaba lo sucedido, empezó a marearse y se cayó redonda al suelo. Llamamos directamente a urgencias y la llevaron en ambulancia al hospital.

En cuanto pude le llamé para saber cómo estaba y me dijo tranquilamente que estaba bien, en casa. Le pregunté por la conversación que tuvimos sobre el mensaje recibido desde el banco. Entonces me dijo que le habían falsificado la tarjeta de crédito, ¡y le habían dejado a cero la cuenta corriente!

No podía creer lo que me contó. Sólo le faltaban tres meses para jubilarse y le habían robado todo el dinero que tenía ahorrado. Entonces, se me ocurrió poner en marcha un plan para que recuperase ese dinero.

Tras hablar con Matilde, me puse en contacto con una persona muy hábil en tema de ordenadores. Le conté lo que había pasado y me dijo que, cuando estaba mirando en profundidad los últimos movimientos bancarios de Matilde, había encontrado algo sospechoso.

Esa persona me dijo que no sabía bien de qué se trataba y que quería preguntarle a su amigo Antón, que trabaja con la Ertzaintza en el área de delitos informáticos. Me dijo que pensaba que ella debía denunciarlo.

Habló con Antón y le respondió que, a pesar de que parecía increíble, ya lo sabía, ya que hace tiempo andaban detrás de ese delincuente. Sus últimas investigaciones les habían llevado a un ordenador de un centro de Aita Menni y, fíjate qué sorpresa, la persona usuaria de ese ordenador era... ¡¡¡el director de Administración de Aita Menni!!!

El mensaje de Mikel había sido enviado desde ese ordenador. Matilde estaba totalmente sorprendida, porque ella no tenía relación alguna con Aita Menni. Llamó a Mikel para saber si él conocía al director de administración de Aita Menni. Y, ¿qué le respondió Mikel? Pues... que el director de administración de Aita Menni era su pareja. Vivían juntos y muy felices desde hace cinco años. Matilde no sabía qué hacer, ya que Mikel, además de ser su asesor personal, era su amigo.

¿Y entonces qué debía hacer? ¿Decirle la verdad y perderlo como amigo? ¿No decir nada y dejar que Mikel, él mismo, buscase y encontrase la verdad? Había que decírselo de una forma u otra lo antes posible.

Después de darle muchas vueltas, decidimos no decirle nada a Mikel. Me puse en contacto con mi amigo informático y le pedí que cada día, cuando el director de Administración de Aita Menni encendiera el ordenador, le saliera un mensaje. Me dijo que eso era fácil de hacer, y le enviamos el siguiente mensaje: "Sé quién eres y que has sido tú quien ha vaciado la cuenta de Matilde. Si no devuelves el dinero o no aceptas la verdad, te denuncio. ¿No querrás meter a Mikel en este asunto, verdad?".

Pero el tiempo iba pasando y no recibía respuesta, así que al día siguiente decidí ir directamente a Aita Menni. Llegué al hospital a primera hora de la mañana, toqué el timbre y la chica que estaba sentada en la recepción me abrió la puerta. En realidad, yo estaba bastante nerviosa: por una parte, porque iba a hablar con la jefa de Administración y, por otra parte, porque iba a entrar en el “manicomio” de Santa Agueda. Todos los psiquiátricos que he visto han sido los de las películas de miedo de televisión. De hecho, son psiquiátricos oscuros, con gente gritando, y la mayoría con pasillos largos y con luces que se encienden y se apagan. Me dirigí con muchos prejuicios a la trabajadora que estaba sentada en recepción.

Me presenté a ella, y después le solicité hablar con el responsable de Administración. Para mi sorpresa, o quizás para mi tranquilidad, me respondió que el director estaría fuera hasta la semana siguiente. Así pues, había que poner en marcha otro plan mientras tanto.

Tras la respuesta recibida en recepción, tenía que hacer algo aprovechando que estaba allí. Me acordé de que Garazi, la hermana de Iker, uno de la cuadrilla, participaba en el programa de voluntariado de Aita Menni. Como voluntaria, participaba en actividades como visitas a pacientes, talleres y cosas parecidas.

¡Ahí vi la oportunidad clara de avanzar con la investigación a modo de “caballo de Troya”! ¡El plan B estaba en marcha!

Sin pensármelo dos veces, le pregunté a la persona de recepción por el programa de voluntariado, diciéndole que quería inscribirme en él. Me abrió la puerta y, al tiempo que atendía a una llamada de teléfono, me respondió en voz baja que tenía que hablar con Argoitz, a la vez que me señalaba con el dedo índice a un chico joven que estaba junto a la puerta.

Argoitz era un chico alto, guapo y muy elegante, y su cara me resultaba familiar. Intentaba recordar dándole vueltas a la cabeza, pero me era imposible, en mi mente no coincidía nadie con el voluntario que yo esperaba. Como la chica de recepción era muy amable, me animé a preguntarle.

– Perdona... La cara de Argoitz me resulta muy familiar. ¿De dónde es?
– No sé, pero lo único que te puedo decir es que su hermano, el director de Administración, es de Aretxabaleta.

Cuando parecía que se podía poner en marcha mi plan B, este nuevo dato me hizo dudar de si avanzar o no, ya que la situación se complicaba un poco, después de todo, parece que todos los hilos me llevaban a las mismas personas. Sin embargo, decidí acercarme a Argoitz y avanzar...

Me acerqué a Argoitz y le expresé mi deseo de ser voluntario de Aita Menni. Me llevó a la oficina que estaba en recepción para darme detalles sobre el voluntariado. En cuanto empezó a darme las explicaciones, recibió una llamada en su iPhone. Hablaba nervioso, en secreto, mientras daba vueltas constantemente al Rolex de oro que llevaba en la muñeca.

Yo también estaba muy nervioso. Argoitz me miraba mientras hablaba por teléfono y le cambió la expresión de la cara. Colgó el teléfono e hizo otra llamada. En esa llamada estaba muy enfadado.

En medio de la conversación, me hizo un gesto con la mano para que esperase, y salió corriendo de la oficina. Entonces, estando yo solo en la oficina, me di cuenta de que el ordenador de Argoitz estaba encendido. Sin pensarlo dos veces, me senté en su elegante silla, ¡y me sorprendí al leer lo que aparecía en la pantalla del ordenador!

¡Aparecían los datos de todas las víctimas que habían sufrido el mismo fraude! La cantidad de dinero que habían robado los dos hermanos con su engaño era realmente enorme y sólo imaginar el malestar de todos los que habían caído en el fraude, me produjo un enfado como nunca había tenido. Escuché el ruido de un coche, miré por la ventana y vi que Argoitz se escapaba. En un abrir y cerrar de ojos, estaba allí, con las dos manos en el volante, mi pie firme en el acelerador y a pocos metros del coche del delincuente. ¡Caramba! ¡Quién me hubiera dicho que con la adrenalina del momento me iba a llevar la ambulancia que estaba en la puerta de Aita Menni!

Aparentemente, Argoitz no se dio cuenta de que el conductor de la ambulancia era yo, así que, aprovechando la situación, decidí poner en marcha las sirenas de la ambulancia. Estábamos a punto de llegar a la rotonda de Garagartza, cuando de pronto Argoitz detuvo el coche y yo me acerqué a su ventana muy enfadado.

Pero el enfado se convirtió en sorpresa, ya que me encontré a Argoitz dentro con las manos puestas en posición de rezar y mirando al cielo. ¡No me lo podía creer! Con todo lo que habían hecho y ahora rezando. ¡Lo que faltaba! ¡Hay que tener valor! Si se hubiesen puesto durante un minuto en el lugar de las víctimas a las que robaron, seguro que no habrían llegado tan lejos. Sus rezos poco le ayudarían, al menos esta vez. Bajé de la ambulancia y decidí echarle la bronca cara a cara.

De pronto, me di cuenta de que así no iba a resolver nada y menos recuperar el dinero de Matilde. Antes había que terminar con esa trama, tenía que hacer algo y hacerlo rápidamente. Entonces, sin pensarlo dos veces, decidí coger el teléfono y llamar a Mikel con el altavoz activado, para que el propio Argoitz le explicase lo sucedido.

Mikel respondió al teléfono y le dije que Argoitz estaba a mi lado, y que tenía que contarle lo que habían hecho él y su hermano. Mikel no le creía y le dijo que necesitaba pruebas.

En ese momento la Policía científica apareció y lo llevaron arrestado, ya que el fraude era mayor de lo que pensaban y eran millones lo que habían robado.