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Hospitalidad en tiempos de Covid

Siete compañeras de Aita Menni nos cuentan cómo han vivido 2020 en su puesto de trabajo. Son una pequeñísima parte de las mil personas que constituyen la plantilla de colaboradoras y colaboradores de la Institución en el País Vasco, pero a buen seguro que su testimonio refleja lo vivido por muchos otros compañeros y compañeras.
Hospitalitatea Covid garaian

“Cuando supe que había contagios entre las usuarias de mi unidad, pensé: ‘¿Cuántas morirán?’ Eso me provocaba una enorme tristeza. Tenía que hacer todo lo que estuviera en mi mano para conseguir que no muriera ninguna. Sin embargo, sentía miedo al pensar que sus vidas podían depender de mí. En una ocasión, con una de ellas, me dije: ‘Si no puedo canalizar la vía, se morirá por mi culpa’. Paradójicamente, ese mismo pensamiento me dio fuerza y supe que no me iría sin conseguirlo”.

Quien lo cuenta es Nagore Urzelai, enfermera de la Unidad Benito Menni III del Hospital Aita Menni, donde el pasado mes de noviembre fallecieron dos usuarias a causa del coronavirus SARS-CoV-2, el tristemente famoso Covid. Hace ya mucho tiempo que nadie aplaude en los balcones, pero el personal de Hermanas Hospitalarias – Aita Menni continúa soportando sobre sus hombros la enorme tarea de atender en circunstancias complicadísimas a alrededor de 850 pacientes, de los cuales casi 600 son personas mayores con discapacidad o con deterioro cognitivo, y 250, personas con enfermedad mental o discapacidad intelectual.

Junto a Nagore, otras seis compañeras —Ainhoa GandariasMertxe SagarnaTere IzquierdoNora IbarraCharo Murillo y Macarena Aspiunza— nos cuentan cómo han vivido estos 10 meses atípicos, sus sensaciones, sus sentimientos, sus emociones y de dónde sacan la fortaleza para  sobrellevar esta situación. Son una pequeñísima parte de las mil personas que constituyen la plantilla de colaboradoras y colaboradores de la Institución en el País Vasco, pero a buen seguro que su testimonio refleja lo vivido por muchos otros compañeros y compañeras.

“Aun habiendo recibido el tratamiento adecuado, aquella paciente fue una de las que terminó falleciendo —rememora Nagore—. Tenemos usuarias muy mayores y con patologías previas, y es posible que hubiera muerto por cualquiera de ellas en otro momento, pero en ese caso, sin el Covid por medio, habríamos podido acompañarla y atenderla de una forma más sosegada. Sentí mucha tristeza e impotencia, pero me di cuenta de que la culpa no era mía ni de nadie: era del Covid”, ese virus que ha arrebatado desde comienzos de 2020 la vida a más de 3.000 personas en la Comunidad Autónoma Vasca, a 56.000 en el conjunto de España y más de 2 millones en todo el mundo. Un virus que no ha encontrado dificultad alguna para infectar a los presidentes de los países más poderosos de la Tierra de la misma manera que no la ha tenido para atacar a las personas más vulnerables. Un virus que puso patas arriba nuestras vidas y que viene atenazando el mundo entero desde hace ya un año.

Lidiando con el miedo

“Al principio, la desinformación y el desabastecimiento eran un hecho a nivel nacional —recuerda Charo Murillo, encargada en la misma unidad de Nagore, la Benito Menni III de Gesalibar—. Personalmente tenía miedo al Covid porque era algo desconocido. Tenía miedo de llevarlo al Hospital y que arrasara con todo. Puede que el gran culpable de ello fuera el exceso de televisión”.

“Era consciente de dónde trabajaba y de los riesgos que corríamos todos —recuerda Tere Izquierdo, encargada en otra unidad del Hospital Aita Menni, la URDP-UDITRAC—, pero comenzamos con las primeras medidas, tanto personales como laborales. Cambiamos hábitos, y nos felicitábamos por ir salvando sin que hubiera ningún caso en la unidad”.

Mertxe Sagarna, psicóloga y directora de la Residencia Txurdinagabarri de Bilbao, recuerda que a pesar de que tuvo miedo al comienzo de la pandemia, las estrictas medidas de confinamiento de marzo y abril hicieron que tuviera “una sensación subjetiva de control que me posibilitó ir a trabajar sin temor”. “La situación de aquel momento, y sobre todo el desconocimiento y la información que en esos momentos estaba en los medios, no nos ayudaron”.

Tere se contagió en agosto, Charo en noviembre y Mertxe dio positivo en diciembre. Son tres de los 133 colaboradores de Aita Menni que han dado positivo en alguno de los más de 3.000 tests realizados entre la plantilla.

“En agosto —recuerda Tere— todo cambió: salió un positivo en mi unidad. Era la peor época y en una unidad complicada: usuarios aislados en sus habitaciones; el personal veterano, aislado o de vacaciones; turnos trabajando bajo mínimos y con personal sin experiencia. No fue fácil. Los EPIs nos dificultaban mucho los movimientos e incluso el entendernos unos a otros y nos daban mucho calor, y los protocolos cambiaban a diario. No podíamos entrar a las habitaciones y los usuarios nos hacían preguntas que no sabíamos cómo responder. Al final de la jornada, cuando llegabas a casa, sólo te quedaba llorar para descargar la impotencia acumulada y coger fuerzas para volver al día siguiente”.

“Y en medio de todo esto, tuve que parar —continúa—. No podía más. Pensaba que era agotamiento, pero no: estaba contagiada de Covid. Sentí rabia porque allí había muchas cosas que hacer, y sentí preocupación y angustia por si había contagiado a alguien”.

Sentí frustración. Yo quería estar allí cuidando a mis «abuelas»

Charo Murillo, Hospital Aita Menni

Charo y Mertxe comparten sentimientos similares. “Cuando me enteré de que había dado positivo, fue duro —explica la primera—. Sentí frustración. Yo quería estar allí cuidando a mis ‘abuelas’. Eso fue lo más difícil: saber que ya no podía hacer nada”. “El miedo al contagio se ha transformado en pena, mucha pena, y en un sentimiento de responsabilidad e impotencia por no poder hacer nada para que esto se resuelva”, afirma, por su parte, la directora de Txurdinagabarri, que permanece aislada en casa mientras en su centro se lucha contra un virus que lograron mantener a raya casi 10 meses. “No hay día, hora o minuto que se me quite de la cabeza lo que está pasando en la Residencia. La situación es de emergencia sanitaria, y me siento responsable de la cascada de contagios y del dolor que esto produce tanto en nuestros residentes como en el personal”.

Nora Ibarra, también psicóloga como Mertxe y directora de la Residencia Barandiaran de Durango, comparte el mismo sentimiento que su compañera: “De alguna manera me siento responsable del bienestar de todos, de las personas mayores y del equipo de la residencia. Al final, conoces las situaciones personales por las que pasan y las vives como propias”.

Pero la preocupación no sólo proviene de lo que le pueda ocurrir a una misma,  a las personas usuarias o a las compañeras y compañeros de trabajo. También de lo que ocurre en casa, como lamenta Mertxe. “He contagiado a personas de mi familia, y no me gusta nada esa sensación. Durante meses han visto mi sobreimplicación y han sufrido mi falta de tiempo para ellos. En casa han seguido pasando cosas en las que yo no he podido participar, y eso me da pena. Estamos perdiendo todos”.

En casa han escondido los miedos para no preocuparme más, pero a veces las miradas transmiten esos miedos

Nagore Urzelai, Hospital Aita Menni

Nagore recuerda las preguntas de uno de sus hijos —“Ama, no te morirás, ¿verdad?”—, o cómo en su familia han tenido que encontrar un equilibrio entre el imperativo de no exponerse al virus y las necesidades de los chavales de relacionarse más allá del núcleo familiar: “Nos hemos aislado y hemos tenido que suspender el contacto tan estrecho que manteníamos. Ahora no hay besos ni abrazos y hemos dormido en habitaciones separadas. En casa han escondido los miedos para no preocuparme más, pero a veces las miradas transmiten esos miedos, igual que la frase que siempre escucho al salir de casa: ‘Cuídate, por favor. Te quiero mucho’”.

La ausencia obligada de contacto físico es también algo que le cuesta a Macarena Aspiunza, psicóloga y coordinadora de la Unidad de Discapacidad Intelectual en Gesalibar. “Es una necesidad básica del ser humano, va más allá de ser una muestra de afecto. La presión que ejercemos en el cuerpo del otro al abrazar o besar activa áreas del cerebro en las que se libera oxitocina y serotonina que nos ayudan a reducir el nivel de estrés y ansiedad, y mejoran nuestro estado de ánimo”.

Maca tiene siempre presente el riesgo de contagiarse y sobre todo, de contagiar a otras personas. “Sé que las posibilidades de contagiarme son elevadas, pero me preocupa sobre todo por el posible contagio a otros. Me preocupa ser yo el motivo de contagio en la unidad, y el impacto que esto pueda tener en la salud de los usuarios y del equipo, y eso me ha llevado a cuidarme mucho no sólo durante mi desempeño laboral, sino también en mi vida personal, social y familiar.”

Responsabilidad

Ese sentido de la responsabilidad está presente de manera constante en las reflexiones de todas nuestras protagonistas, de la misma manera que lo estaría, a buen seguro, en las reflexiones de cualquier trabajador o trabajadora de nuestra Institución.

Tere reconoce que “pese al sentimiento de soledad tan enorme, y al hecho de que esta enfermedad se lleva por delante el contacto humano tan necesario en nuestras vidas”, ha reducido al mínimo su vida social y familiar. “Es lo que nos toca”, asume con resignación. De igual manera, Nagore considera que debe vivir “confinada o semiconfinada por responsabilidad y por conciencia moral”.

Ainhoa Gandarias, supervisora en la Unidad de Discapacidad Intelectual, compartió con Tere los complicados días del verano. “Fue uno de los momentos más difíciles que he vivido —recuerda—, ya que un porcentaje muy alto del personal se tuvo que confinar en casa. La situación fue demoledora. La puesta en marcha fue muy costosa, con muchas horas de trabajo sin descanso, tensión, incertidumbre, miedo, cierto caos y, cómo no, sentimiento de soledad y de cierta incomprensión, ya que éramos el único área afectada en todo el Hospital y era algo nuevo para todos nosotros, usuarios y trabajadores».

No podíamos atenderles cómo se merecían, no eran capaces de reconocernos con los EPIs… era una sensación de impotencia total

Ainhoa Gandarias, Hospital Aita Menni

“Con el día a día fuimos aprendiendo o adaptándonos, pero las situaciones vividas con los usuarios fueron muy duras —continúa—: no podíamos atenderles como se merecían, no eran capaces de reconocernos con los EPIs… era una sensación de impotencia total, un sentimiento de frustración constante”.

Nora recuerda también los peores momentos en su centro de trabajo, “con jornadas maratonianas de trabajo y preocupación constante”. “Ha sido muy duro percibir la angustia de las compañeras cuando alguna de las personas a nuestro cuidado ha enfermado, especialmente en aquellos casos, pocos pero difíciles, en los que la persona enferma ha acabado falleciendo. Ha sido muy duro —lamenta— que mis hijos me hayan visto llorar al llegar a casa por la impotencia y el cansancio, y la imposibilidad de desconectar porque las demandas internas y externas están presentes 24 horas los 7 días de la semana”.

El bienestar de pacientes y personas usuarias

¿Dónde han encontrado estas colaboradoras de Hermanas Hospitalarias la fuerza para sobrellevar durante tanto tiempo una situación tan difícil? La relación con las personas usuarias y su compromiso para asegurar su bienestar es uno de los pilares que les han ayudado a soportar la carga.

“Nuestros usuarios nos sorprendieron: ellos no tenían visitas, ni vacaciones, ni prácticamente contacto, aunque hacíamos videollamadas con las familias cuando podíamos, y ellos se adaptaron y colaboraban en todo”, relata Ainhoa. “Les animábamos a diario y ellos nos daban mensajes de ánimo para el equipo. En realidad, el equipo éramos todos, usuarios y trabajadores, y lo íbamos a conseguir. Aún nos emocionamos al recordarlo”, asegura.

“La fuerza que nos ha impulsado a seguir sin descanso y buscar siempre la manera de poder mejorar el trabajo ha sido mantener el bienestar de las usuarias, que para nosotras son como de nuestra familia —afirma Nagore, sin dudar—. Lo hemos dado todo en cuerpo y alma, sin importarnos ni ser conscientes del tiempo ni la fuerza invertidos, o de lo que ello implica a nivel personal. Nuestras propias familias preguntaban por el estado de las pacientes. Eso te hace ser aún más consciente del cariño que les tenemos a las usuarias.”

Se emociona también cuando echa la vista atrás y piensa en cómo sobrellevaron la situación sus usuarias de psicogeriatría: “Pasaron mucho miedo y tristeza, sobre todo cuando murió su compañera. Nos preguntaban si se iban a morir, nos pedían que no nos fuéramos, pero también nos pedían que descansáramos, o las que se iban recuperando animaban a las que aún estaban peor. Hemos tenido con ellas momentos de humor, les hemos cantado, les hemos dado la mano y hemos permanecido en silencio solo mirándonos a la cara, o más bien a los ojos, que era lo único que podían ver.”

Nora muestra su admiración por la actitud de las personas mayores de la Residencia Joxe Miel Barandiaran: “Después de una vida aceptando y gestionando situaciones difíciles, nos siguen enseñando hoy que hay esperanza mientras no estemos solos y que uniéndonos encontramos la empatía, la fuerza y la resiliencia para superar crisis como ésta”.

De la misma manera, Maca considera “admirable” el esfuerzo que están llevando a cabo pacientes y personas usuarias de Aita Menni. “Hay momentos de tristeza y resignación por no poder ver a sus seres queridos, pero aun así están siendo capaces de sacar fuerza y ánimo para salir adelante, con nuestro apoyo”.

El equipo

Además de las referencias al bienestar de las personas a las que atienden, hay una palabra que se repite con frecuencia en sus narraciones: “equipo”.

“Durante el aislamiento, la comunicación que hemos mantenido las compañeras que estábamos en casa y las que estaban trabajando ha sido constante, apoyándonos siempre y teniendo en cuenta el sacrificio y esfuerzo que estaba haciendo el equipo que estaba allí —cuenta Charo—. Tenemos un equipo maravilloso, gente muy responsable con muy buena actitud a quienes nos gusta lo que hacemos y que, cada día, a pesar de lo duro que pueda ser nuestro trabajo, vamos con las mismas ganas de cuidar y dar cariño a nuestras ‘abuelas’”. Y añade: “Una de las cosas que más me ha ayudado a pensar que esta situación se podía resolver de la mejor manera ha sido la confianza que despierta en mí el jefe clínico de nuestra unidad. Esto es muy importante, porque nuestro trabajo se limita a los cuidados personales, no somos médicos”.

A quien Charo se refiere es al doctor Agustín Sagasta, jefe clínico de su unidad, médico del Grupo de Trabajo de Alerta Sanitaria creado con motivo de la pandemia y referente de todas las decisiones médicas adoptadas en el Hospital relacionadas con ella, que ha supervisado cada caso realizando el seguimiento hasta el alta epidemiológica. “He trabajado con total confianza y segura de lo que profesionalmente debía hacer gracias a él —apunta también Nagore—. Nos ha mantenido informadas en todo momento de la situación y, como es habitual en él, se ha implicado dentro y fuera del centro de trabajo, estando constantemente pendiente del estado de salud de cada una de las pacientes, haciendo un diagnóstico rápido y muy acertado sin el que, en mi humilde opinión, sin duda alguna el resultado habría sido peor. Se ha preocupaba por el resto del equipo que estaba de baja y cuando pasaba la consulta médica diaria por las habitaciones visitando a todas y cada una de las pacientes lo hacía siempre de forma muy cercana y alentando esperanza.”

Me siento orgullosa del equipo que formamos, y nuestros usuarios nos facilitaron mucho el trabajo con su buen comportamiento a pesar de la situación que vivían

Tere Izquierdo, Hospital Aita Menni

Tere lo dice sin dudar: “Me siento orgullosa del equipo que formamos. Trabajamos todas y todos, a todo. Hubo personal que cambió turnos y que fue a ayudar quitándose días de vacaciones, y nuestro usuarios nos facilitaron mucho el trabajo con su buen comportamiento a pesar de la situación que vivían. Se merecen un adjetivo: CAMPEONES, con mayúsculas”.

“Hay un gran compañerismo y solidaridad —explica, por su parte, Nagore—, independientemente del puesto de trabajo que desempeñemos. Ha habido muchísima voluntad y disposición: he sentido que éramos una sola persona. Si una de nosotras ‘tropezaba y caía’, ahí estaba el resto para ayudarla a levantarse. Hemos compartido sentimientos de todo tipo, hemos cantado alguna canción, y hasta alguna compañera grabó un vídeo personal que a todas nos hizo sonreír y nos contagió de alegría”.

También tienen palabras de agradecimiento para el personal de otras unidades. “No podíamos recibir la ayuda que nos ofrecían, aunque sí sus palabras de ánimo. Sentíamos soledad pero también sentíamos su acompañamiento.” “No puedo evitar emocionarme cuando recuerdo aquellos días, no se olvida fácilmente”, reconoce Tere.

Nagore destaca también  la disposición e implicación de otros servicios y otras unidades, “mantenimiento, farmacia, limpieza, lavandería, auxiliares y enfermería, que trabajaron tanto o más que nosotras”. “Ha sido de gran ayuda escuchar a otros compañeros preguntar por el estado de nuestras pacientes y por el nuestro, y ofrecerse en todo momento para cualquier cosa. Las miradas por los pasillos que, sin mediar palabra, te daban todo su apoyo y su fuerza… nuestras miradas de agradecimiento hacia ellos y nuestro deseo de que ojalá no tengan que vivir esa situación ni sus usuarios ni ellos mismos”.

Los recursos personales

Cada una de nuestras compañeras tiene sus fórmulas personales para sobrellevar esta situación excepcional de la mejor manera posible. La de Charo se basa en ser positiva: “Todas las personas actuamos de la mejor manera que sabemos. Esto es importante dentro de mis creencias, porque nada oprime más el alma que el resentimiento y la recriminación. Los sentimientos negativos nublan la mente y limitan nuestra capacidad de disfrute.”

Mertxe, por su parte, echa mano de su capacidad de afrontamiento, de una labor de fortalecimiento psicológico personal previa y de sus conocimientos y experiencia como psicóloga para manejar el estrés. “La actividad física y tener un cuerpo sano que permita grandes dosis de sobreesfuerzo también son claves —añade—, así como llevar una vida ordenada y evitar al máximo las situaciones de riesgo. Eso ayuda a sentirse más capaz y a integrar todo lo vivido en cada día”.

«Los agradecimientos, el cariño y el apoyo de las hermanas, de muchas familias y de personas residentes me han ayudado a mantener la energía y la motivación», Nora Ibarra, Residencia Barandiaran

“Los agradecimientos, el cariño y el apoyo de las hermanas, de muchas familias y de personas residentes me han ayudado a mantener la energía y la motivación y a dotar de sentido a un año que ha sido difícil también en lo personal por motivos ajenos al Covid —revela Nora—. Todo esto me está impulsando a hacer uso de todas las estrategias de las que dispongo desde mis conocimientos y experiencia personal para el manejo del estrés y la ansiedad, con la dificultad añadida de que muchas de esas estrategias pasaban por el contacto con mi red social, que he tenido que reducir drásticamente”.

¿Y a partir de ahora?

En el sentir de Ainhoa, la capacidad de adaptación es primordial:“De esta situación estamos aprendiendo día a día. Creo que es muy importante el trabajo que hacemos todos en el Hospital, cada cual en su lugar y todos a una. Estamos viviendo una situación totalmente excepcional y creo que la clave en estos momentos es adaptarse a la nueva situación día a día”.

“Las experiencias vividas durante la pandemia, tanto en el plano laboral como en el personal, han generado una sensibilidad especial por la situación, y ésta en algunos casos ha podido provocar el desarrollo de actitudes de temor al contacto con familiares, frustración, desesperación, sentimientos de culpabilidad o desconfianza —advierte Maca—. Creo que se debería dar la opción a que los profesionales accedan a ayudas psicológicas, de modo que las actitudes ante la pandemia no se conviertan en un factor desfavorable para el desempeño laboral y especialmente el resguardo de la salud mental”.

“Lo primero que deberíamos hacer es reconocer que la situación nos preocupa y dar cabida a la emoción, sea miedo o cualquier otra —recomienda Maca—. Preguntarnos: ‘¿Qué puedo controlar yo? Qué depende de mí? ¿He tomado todas las medidas de seguridad que podía tomar?’. También es importante compartir esas emociones con nuestro entorno, porque eso alivia el nivel de tensión que nos produce y además, nos genera alternativas a nuestros propios pensamientos. Y seleccionar bien las fuentes de información, filtrarla y quedarnos sólo con aquella que está bien contrastada”.

Esta pandemia no nos hace ni mejores ni peores gestores, nos hace afectados a todos a quienes nos toca vivirla

Mertxe Sagarna, Residencia Txurdinagabarri

Mertxe llama la atención sobre el hecho de que “es un momento de emergencia” en el que cualquier reflexión o sensación sobre lo que se ha hecho y cómo se ha hecho “está muy condicionada”, incluidas las valoraciones y los reconocimientos. “Esta pandemia no nos hace ni mejores ni peores gestores, nos hace afectados a todos a quienes nos toca vivirla. Al final del proceso, el haber sido superviviente de este momento y realizar un aprendizaje efectivo de lo vivido es lo que nos va a dar reconocimiento, y la necesidad de que sea un reconocimiento externo o un autoanálisis personal dependerá de las variables internas de cada persona”.

Sería interesante ver todo esto dentro de un tiempo —reflexiona la directora de Txurdinagabarri—. Quizás ahí se instale una sensación de pena o de tristeza generalizada, en el momento en que podamos llevar a cabo el cierre de este proceso. Todo estrés en grupo genera como respuesta inicial el agrupamiento, pero posteriormente puede aparecer la disgregación a causa del estrés prolongado. Las reacciones a largo plazo pueden ser poco evidentes, pero igual de dañinas para trabajadores y personas usuarias. Sin lugar a dudas, ante este sufrimiento el ser humano necesita buscar elementos hacia los que dirigir todos estos sentimientos, por lo que como organización, debemos estar atentos para ver su incidencia.”

Es inevitable pensar qué se podría haber hecho para evitar esta situación —reconoce Charo—. La respuesta a eso es muy difícil. Ahora son momentos de hacer un gran esfuerzo para cuidar la salud de los usuarios y colaboradores, mediante un seguimiento más exhaustivo”.

Como dice Maca, “nos enfrentamos a un enemigo que existe pero es invisible. No existe cura por el momento y la única manera de mantenerse a salvo es cumplir con los protocolos“.

Algunos centros y unidades de Hermanas Hospitalarias – Aita Menni han sufrido el embate del Covid, y han podido superarlo. Otros, como la Residencia Txurdinagabarri, viven ahora situaciones que quizás pensaban que no les tocaría ya vivir. Hasta que todo esto acabe —esperemos que pronto—, ninguno puede considerarse a salvo: el Covid no descansa. Y hasta ese momento, pese a las dificultades, quienes trabajamos en Hermanas Hospitalarias – Aita Menni seguiremos haciendo lo que mejor sabemos: cuidar, acompañar y dar cariño a las personas a las que atendemos; dedicarles espacio y tiempo, atención y cuidado, humanidad y recursos; en definitiva, ofrecerles Hospitalidad.