La capacidad intelectual límite, la gran olvidada
Psicóloga general sanitaria. Máster en Psicología Clínica. Hermanas Hospitalarias Aita Menni.
El artículo aborda la capacidad intelectual límite (CIL), una entidad menos estudiada en comparación con la discapacidad intelectual. La CIL se caracteriza por un coeficiente intelectual justo por debajo de la media (70-85). No se considera oficialmente una discapacidad, por lo que las personas con CIL encuentran dificultades en la identificación y diagnóstico. Durante la etapa escolar, pueden adquirir conocimientos similares a sus iguales, pero requieren apoyo en secundaria. Presentan mayor riesgo de sufrir acoso, baja autoestima y problemas de salud mental. Además, las personas con CIL se enfrentan a barreras en la adquisición de habilidades académicas y en el ámbito laboral, así como a un acceso limitado a recursos sociales y económicos.
¿Qué es la capacidad intelectual límite?
La capacidad intelectual límite (CIL) es una entidad poco estudiada en profundidad en comparación con la discapacidad intelectual (Salvador-Carulla et al., 2013).
El grupo CONFIL (2007) define la capacidad intelectual límite como “una meta-condición de salud que requiere atención educativa, sociosanitaria y legal específica”, con representación de alteraciones cognitivas relacionadas con el coeficiente intelectual y trastornos del neurodesarrollo. Se caracteriza por presentar un coeficiente intelectual justo por debajo de la media normativa, que oscila entre 70 y 85, encontrándose por encima de la discapacidad intelectual reconocida, así como limitaciones en el ámbito social, académico y laboral. No obstante, Artigas-Pallares, Rigau, & García, 2007 señalan que las dificultades que presentan estos sujetos son de menor gravedad que las personas con una discapacidad intelectual.
Según manuales clínicos, el DSM IV-TR (APA, 2000) describe el diagnóstico de la capacidad intelectual límite dentro del apartado “Otras condiciones que pueden ser foco de atención clínica”. En el manual del CIE 10, lo enmarcan dentro del apartado “síntomas y signos que afectan a las funciones cognitivas, la percepción, el estado emocional y la conducta”. No obstante, en los últimos manuales diagnósticos, como es el DMS 5 (APA, 2013,) no se reconoce la capacidad intelectual límite como una entidad clínica, habiendo desaparecido su nombre en todas sus categorías diagnósticas.
Es por ello que, en la actualidad, la CIL no se considera un tipo de discapacidad, aunque durante mucho tiempo ha estado dentro del marco de la discapacidad intelectual, por lo que no se valora como una entidad clínica (Karande, Kancan & Kulkarni, 2008).
En la etapa escolar, se ha observado que las personas con capacidad intelectual límite son capaces de adquirir los mismos conocimientos que sus iguales, hasta llegar a la secundaria, que es entonces cuando precisan de apoyos (Medina, Marcado, & García, 2015). Durante esta etapa, además de las dificultades académicas, pueden presentar una baja autoestima, inseguridad, baja tolerancia a la frustración y dificultades en el manejo de las funciones ejecutivas, así como alteraciones emocionales y conductuales (Atuesta & Vásquez, 2009), dificultando aún más la adaptación al medio.
Identificación y apoyos individualizados
Las propias dificultades en la identificación y diagnóstico de la capacidad intelectual límite influyen en el acceso a los servicios públicos, sociales y sanitarios, ya que la mayoría de los casos pasan desapercibidos. Lo que no se tiene en cuenta es la cantidad de necesidades de apoyo que presentan en el transcurso de la vida (Schalock et al., 2010).
Pese a ello, la CIL es desatendida en el campo de la investigación y la prestación de los servicios sociosanitarios (Snell et al. 2009). Es de señalar que la mayoría de la población no requiere de apoyos en la salud mental, de profesionales en la educación especial o de apoyos en la red social relacionada con la discapacidad intelectual, sino que precisa de apoyos y servicios especializados para la asociación de otros problemas.
Las personas con CIL presentan mayor probabilidad de sufrir acoso o abuso ante las dificultades en el manejo de las habilidades sociales, aspecto determinante en los factores emocionales, como puede ser una baja autoestima o autoconcepto, así como en la aparición de problemas comportamentales.
El autoconcepto es un aspecto muy importante que influye negativamente en la participación social. Las personas con una capacidad intelectual límite no reconocida tienden a ocultar sus limitaciones intentando dar una imagen de «normalidad», con la intención de evitar el estigma social. Todo ello puede conllevar encubrir o impedir las necesidades de apoyo, dificultando a su vez el acceso a los servicios sociosanitarios.
Existen algunos estudios sobre la prevalencia de la capacidad intelectual límite en población general y, en casos de trastornos mentales, en la comorbilidad y riesgo psicopatológico, la asociación con trastornos del neurodesarrollo y pronósticos evolutivos, así como escalas de valoración y eficacia de tratamiento. Artigas et al. (2007) llevó a cabo un estudio donde halló que las personas con CIL presentaban una alta incidencia de trastornos mentales asociados, de los cuales solamente el 3,4% de los casos no presentaban ningún diagnóstico del eje I del DSM. Asimismo, pudo observar que tanto los factores sociales como los emocionales son determinantes en el desarrollo de problemas psicopatológicos y en la capacidad de aprendizaje, pudiéndose considerar la CIL un factor de riesgo que aumenta la vulnerabilidad de la adquisición de trastornos mentales.
Comorbilidad con trastornos mentales
Son varias las barreras que tienen que afrontar las personas con capacidad intelectual límite, como:
- adquisición de habilidades académicas
- fracaso escolar
- dificultades de conducta adaptativa
- dificultades en el manejo de las habilidades sociales
- problemas de salud mental
Al menos un 25% de las personas con CIL presentan sintomatología psiquiátrica concomitante (Koller, 1983; Rutter, 1970; Gostason, 1985) en forma de trastornos de comportamiento y trastornos del estado del ánimo como la depresión o la ansiedad, así como patologías por abuso de sustancias (Dekker et al., 2003), trastornos neuróticos y trastornos de personalidad (Hassiotis et al. 2008).
Van-Steensel, Bogels y Perrin (2011), en un estudio realizado con personas con trastornos del espectro autista y personas con un coeficiente intelectual entre 70 y 87, señalaron que la presencia de trastornos de ansiedad aumentaba considerablemente. Por su parte, Green, Berkouits y Baker (2015), demostraron que los niños y niñas con capacidad intelectual límite presentan mayores cotas de ansiedad durante toda su vida.
En un estudio realizado por Hassiotis (2008) a más de 8.000 sujetos, de los cuales el 12% de los casos presentaban CIL, se demostró que sufren mayores problemas neuróticos, de abuso de sustancias y de personalidad, además de mayores limitaciones en la capacidad de adaptación y en el manejo de las habilidades sociales, en comparación con la población normal. De igual modo, señaló que estos sujetos reciben más tratamientos farmacológicos y atención de servicios médicos, cuando se les compara con las personas sin coeficienteintelectual límite.
Puerta (2022) realizó un estudio en Colombia, en el que encontró que un 32,1% de la población con CIL presentaba problemas de comportamiento que han requerido de medidas judiciales. Según un estudio llevado a cabo por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, además de presentar dificultades en el manejo de las habilidades sociales, presentan mayor riesgo de conductas socialmente inapropiadas o delictivas (Huete, Pallero, & Petisco, 2015).
Cabe destacar que, debido a las alteraciones clínicas, emocionales y conductuales presentadas por estos sujetos, es necesario que se les preste atención y se lleve a cabo un seguimiento del caso desde servicios sociosanitarios (Emerson et al., 2010).
Cierto es que las personas con capacidad intelectual límite se encuentran con varias barreras sociales durante su ciclo vital, dependiendo de la etapa evolutiva. Entre todas las mencionadas anteriormente, tienen mayores dificultades para acceder al mundo laboral, ya sea en la búsqueda como en el mantenimiento, (Peltopuro, Ahonen, Kaartienen, Seppäla & Närhi, 2014), por la falta de formación, dificultades cognitivas relacionadas con las funciones ejecutivas (Artigas et al. 2007), por la comorbilidad con enfermedades mentales, y limitaciones en las relaciones sociales.
Además, al ser excluidos de la red de salud mental ante la falta de diagnóstico clínico o diagnóstico de discapacidad intelectual, no se les reconoce ningún derecho a aportación económica relacionada con la discapacidad. Y en caso de ser reconocido, obtienen porcentajes inferiores al 33%, por lo que no pueden beneficiarse de recursos económicos ni sociales.
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